Cuando el metro termina de dar servicio, cerca de las doce y media de las noche, una cuadrilla de hombres y yo nos disponemos a trabajar en las vías; esto lo hacemos a diario, los trescientos sesenta y cinco días del año, variando solo el horario, pues depende mucho de si es un día festivo o no. Corría el mes de agosto de 2001. Por aquel entonces trabajaba en a estación Pino Suárez, eran ya casi las cuatro de la madrugada y nos encontrábamos en la fase final de nuestro trabajo.
Yo me hallaba separando del resto de grupo. Caminaba sobre las vías para revisar que no hubiera objetos extraños, que pudieran causar un accidente, cuando de pronto me topé con alguien que también hacia lo mismo.
Aquello me extrañó demasiado, pues yo conocía perfectamente a todos los compañeros que laboraban en estas áreas a esa hora, así que le pregunté su nombre y su cargo. Me confirmó datos que me hicieron pensar que era un trabajador auténtico, así que lo dejé continuar y seguí con mi trabajo. Él siguió revisando las vías tranquilamente hasta que lo vi perderse en la oscuridad y profundidad del túnel. Consideré oportuno anotar el incidente en mi reporte.
Al terminar el trabajo, mi jefe me mandó llamar. No me extrañó, pues es parte de la rutina. Al llegar a su oficina, me preguntó por el nombre del sujeto que vi en el túnel. Cuando le conté todos los detalles de aquel extraño encuentro, sacó una enorme libreta donde están registrados los nombres, cargos y fotografías de todos los empleados que laboran aquí. Comenzó a buscar en los registros hasta dar con una fotografía, que me mostró al instante, mientras decía:
-¿Ésta es la persona que viste?
yo le respondí que sí.
Entonces mi jefe me miró con una expresión fría y solemne, expresándome en ese mismo tono:
-Siéntate, muchacho. El trabajador que viste tiene ya dos años de muerto y no eres tú el único que lo ha visto, así que creo conveniente que no se lo digas a nadie, para no despertar inquietud entre los demás empleados o, peor aún, entre los usuarios. Lo mejor será traer un sacerdote para que oficie una misa por su eterno descanso. Sólo Dios sabe por qué anda penando, o si tiene deudas pendientes.
Yo me quedé frío; no sabía qué decir. Mi jefe me contó que ese hombre había fallecido una noche, mientras realizaba su trabajo, el mismo que yo hago ahora, en el túnel que está entre las estaciones de Pino Suárez y Zócalo. Un error técnico ocasionó que un vagón en movimiento lo arrollara. Terminé entonces mi reporte de aquella noche y me fui a descansar.
Días después supe que otros de mis compañeros también lo vieron siempre en el mismo lugar, a la misma hora y realizando las mismas actividades. Mucha gente nos cree locos o que estábamos ebrios, o que inventamos esta historia para llamar la atención, pero no es así, porque yo lo vi.
Días después fui invitado, junto con más personal del metro, a una misa. Íbamos en calidad de familiares. Eran ya las doce y cuarto de la noche y en ese tramo de la estación nos encontrábamos diecinueve personas y un sacerdote. La procesión partió de Pino Suárez al Zócalo, a través del túnel, en medio de rezos y plegarias, con el sacerdote salpicando las vías con agua bendita. De manera muy solemne concluyó la ceremonia, que apenas duró unos veinte minutos, pues teníamos que dar mantenimiento a las vías.
Aún hoy existen reportes de que el espíritu de este trabajador sigue apareciéndose. Tal vez su misión en la tierra no ha concluido, o quizá trate de decirnos algo y todavía no ha podido hacerlo.
Llega hasta aquí el relato que don Guillermo accedió a compartir. Es una de las tantas historias que suceden ahí, en el mismo lugar por el que usted viaja a diario. Frecuentemente se dan hechos sobrenaturales que muy pocos saben o perciben; los problemas que les aquejan absorben su atención. Esos pasillos y túneles que a diario presencian el ajetreado desfilar de miles de personas, preocupadas por su salud, la renta, las obligaciones, la falta de empleo, etc., tienen su otro rostro: aquel que causa terror y desconcierto. La próxima vez que viaje en el metro, amigo lector, permanezca atento, pues usted puede ser el siguiente protagonista de un hecho sobrenatural.
Nuestra ciudad tiene muchos rincones enigmáticos, como el famoso callejón del Aguacate, en la delegación Coyoacán.
En este lugar hay muchas apariciones fantasmales. Se dice que una persona de nombre Roberto perdió todo lo que poseía al jugar a las cartas, al grado de que, en la ultima mano, apostó a su esposa y la perdió. La depresión lo orillo a colgarse de un grueso árbol en el sitio referido. Esta historia es como muchas otras leyendas: no oficial. Lo cierto es que son ya bastantes las personas que han visto un fantasma colgando de una rechinante cuerda, en el gran árbol del callejón del Aguacate.
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