¿Fumas?
Buscando cambios de aires, un día acepto un trabajo de "pescador" en la Isla de Guadalupe, isla hoy famosa por los tiburones y elefantes marinos. En aquel tiempo por las langostas, abulones y chivos...
Ese día llegando a la isla, bueno, más bien al campamento (oeste) donde yo iba a trabajar, junto a alrededor de 15 personas lo primero que hicimos fue reconocernos algunos y conocer a otros como yo, donde íbamos a vivir o sobrevivir como sucedería más adelante.
Ya disque instalados y a una invitación del viejo lobo de mar y jefesillo del campamento, el popular "Panzas" a una rica ensalada de langosta.
Aprovechando que recién había llegado el barco de la empresa abulonera, pues había provisiones de todas. Así que el "Panzas" se puso manos a la obra y nos amenazó con que comeríamos la mas rica ensalada de langosta de la isla.
Con excepción de una familia que llegó completa, los demás íbamos solos o casi solos. Entre nosotros, invitados a la ensalada estaban dos de los marineros del barco. Platicábamos de lo que todos los hombres del mar platican de sus aventuras en el mar, tema para mi totalmente desconocido. Así que me creía todo lo que ahí oía.
La hora no la recuerdo pero parecía hocicos de lobo o de tiburón o de ballena o no se de que, pero de que estaba oscuro estaba oscuro. Como coincidencia, todos los isleños (yo también) estábamos de frente a los dos marineros que a parte de vernos a nosotros a la cara también quedaban frente al único edificio del campamento, "El quinzón".
En un tiempo fue un recinto militar en la segunda guerra mundial y este edificio era ocupado cuando llegaban todos los abuloneros y los solteros principalmente eran los que vivían ahí.
Era un solo cuarto largo y angosto donde podían vivir cómodamente unos diez pescadores. Pero miento, no era este el único edificio. Había otro a la mitad de la montaña próxima a la playa, era o fue mas bien dicho un palacete en forma de castillo (este lo vi hasta el día siguiente de mi llegada) y se miraba a lo lejos que estaba no solo abandonado sino clausurado, pues las puertas y ventanas tenían barrotes que impedían la entrada o salida de una persona.
Pero volviendo a la langostisa prometida, y esperando seguía la platica en grande cuando de pronto los dos marineros desviando sus miradas hacia el quinzón preguntaron:
- ¿Quién anda allá arriba? - a lo que desconcertados contestamos que nadie,
- Aquí estamos todos
- No, ahí hay alguien - dijo uno de ellos,
- si - dijo el otro, y luego los dos al mismo tiempo como se se hubieran puesto de acuerdo uno y otro dijeron,
- Si, hasta pasó fumando
- ¿¡Qué!? ¡Ah caray! -Todos sorprendidos tomando unas lamparas subimos los cinco o seis escalones del quinzón y lo revisamos hasta le ultimo rincón sin encontrar al fulano fumador ni de perdida la bachita.
Fue entonces cuando el hijo del Panzas gritándole:
- ¡Apá, apá, venga!
- Ahí voy, ya me falta poquito
- No, verás, ven apá, es que, ¿Qué crees que vieron los muchachos del barco? - Al oír esto, el Panzas salio de su chozuela
- ¿En donde?
- En el quinzón...
- ¡Ay no por favor, ¿No me digan que vieron al que sale fumando?!
Cuando se enteró que si vieron al que sale fumando contó que en veinte años que llevaba yendo a la isla era la tercera vez que se les aparecía a alguien y que de hecho la persona anterior la sacaron en avión de la isla pero aun así falleció del impacto que le causo saber que era un muerto al que le había pedido "las 3".
Dicho esto los marineros que no quisieron quedarse a la ensalada y tomando su lanchita emprendieron las de Villa Diego y no dejaron de remar hasta llegar al barco "El Noroeste".
La ensalada al menos a mi se me hizo deliciosa, aunque dos que tres ya no la comieron muy a gusto por estar volteando al quinzón. La isla estaba habitada por aquellos tiempos por varios centenares de chivos que prácticamente acabaron con la vegetación de la isla que había sido según crónicas un paraíso. El único vegetal que sobrevivió a la masacre vegetal era un árbol llamado "San Juanito" de ramas grandes y flexibles y hojas anchas de un verde cenizo y de flor amarillo descolorido de esto si había en abundancia, pues ni los chivos la comían.
Una noche oscura para variar oí desde mi cuarto algo así como gritos y ladridos de perro.
- No oigo no oigo soy de palo - me decía a mi mismo, para darme valor, pa´ saber que eran esos gritos y ladridos, pero los gritos se fueron haciendo entendibles y más cercanos
- ¡A caray!, creo que vienen del mar.
Así que me armé de valor y salí, y pues si, venían del mar, era una lancha con dos abuloneros y su perro que se les hizo largo el camino, venían del otro campamento para trabajar en el campamento oeste por lo que pedían que prendían los focos del cuarto frió para tener referencia de la playa y que estuvieran cuatro o cinco pescadores que les ayudáramos a detener la lancha y ayuda logística. Por lo que fui por el maquinista, un mecánico muy popular conocido aquí en Ensenada de origen Japonés que incluso fue rey del carnaval, "El Hiroito" y desperté a varios compañeros.
Pero en el regreso al pasar por el quinzón el morbo me ganó y hay voy viendo por el quinzón haber si se me aparecía el que sale fumando, cuando en medio de la oscuridad sentí como me abrazaban por todo el cuerpo y no me dejaban avanzar, la lampara cayó de mis manos y sentía como hasta que me besaban la cara, quería gritar pero no podía y así tirando golpes y manazos como Dios me dio a entender pude safarme del monstruo pulpo para recoger mi lampara y aluzar hacia el maldito... Si, era un San Juanito, que choqué con él por ir viendo al quinzón, me salí de la brecha y vaya susto que me dio.
Ya les dije del otro edificio que estaba clausurado pues bien, mirándole desde lejos pregunté o más bien propuse darle una manita de gato y mudarnos al palacio. Suponía que por dentro debería estar bien chido, pero no hallé eco en mis compas, y es que ahí sucedió una tragedia.
El mero capitán del cuartel se casaba esa noche con su amada, una hermosa Alemana que dijeron en realidad era Judía, y que al descubrir su origen el capitán la mató bajando la escalinata y luego él adentro del castillo se suicidó, ahora son almas en penas adentro del castillo y solo cerrando puertas y ventanas con barrotes benditos los pueden mantener dentro, sino dicen se ve como baja una novia corriendo por la escalinata mientras un militar la mata una y otra y otra vez.
Conociendo esta leyenda he tenido a bien olvidarme del asunto. Por cierto, si alguien quiere o tiene sueños reales como ser marquéz, conde o duque, pues allá en Isla Guadalupe hay un castillo esperando su llegada. Lo mismo si alguien se quedó sin cigarros pues aquí en el quinzón sale un amigo abulonero que amigablemente te dice "¿Fumas, si?" Pues ya "fumaste faros".
Juan Manuel Solís Solís